Recuerdo que cuando empecé a ir a las discotecas, contaba entonces unos 14 años, sí, en aquella época no había discoteca de menores y se servían bebidas alcohólicas, intentaba probar toda clase de combinaciones con las bebidas a ver si alguna era de mi agrado, pero na nai, acababa con mi San Francisco sin alcohol.
Con los del instituto, recorríamos el barrio Chino, cosa que en mi época también se podía hacer, ahora no sé si es muy recomendable, yo por si acaso no voy, de noche que conste. Íbamos de tasca en tasca, pidiendo una jarra de sangría, dos raciones de patatas bravas, y una Coca-Cola, la Coca-Cola para mí, claro.
Nos daban las tantas, filosofando al principio y cantando al final, y mí estomago lleno de retortijones de tanta bebida con gas, azucarada y sin alcohol.
Mis compañeros de salida, mi hermana incluida, cogían unos colocones de órdago. Solíamos salir los sábados y después de la quinta tasca, nadie sabía donde tenía su casa y aquí la de la Coca-Cola se dedicaba a llevarlos lo mejor posible a sus respectivos hogares, los juntaba por proximidad y les iba indicando en la parada de metro que tenían que bajar, todos vivíamos por suerte cerca, y por suerte para ellos yo vivía en la última parada de metro.
El domingo sobre las tres del mediodía, en mi casa empezaba a sonar el teléfono, mi hermana con dolor de cabeza se ponía la almohada en ella y desaparecía, y aquí una que ya sabía que se iba a dedicar a telefonista recepcionista atendía las llamadas.
Cada uno de los amigos con los que había salido la noche anterior me llamaban, no para darme las gracias por conducirlos sanos y salvos a su redil, si no para saber si habían hecho algo que no tocara, como pedir para salir a alguien, o dejarse meter mano, o si había vomitado encima de su amor, o si el amor en cuestión se había enrollado con la mejor amiga o amigo. No había diferencia de géneros todos querían saber que habían hecho, antes de volver el lunes al insti.
Estuve a punto de hacer una gaceta informativa con todo lujo de detalles de nuestras salidas nocturnas de fin de semana, así me sacaría unas pelas, ya pensaba yo en el dinero, una era joven pero no tonta, pero luego pensé, soy malísima cuando quiero, que era un punto a mi favor el saberlo todo y que los demás solo intuyeran.
Era la mayor del grupo y me respetaban y me solían hacer caso, pero beber seguían bebiendo.
Eso si, se pensaban dos veces el tener algún escarceo amoroso con la que no fuera su pareja del momento, sabíam que yo vigilaba, y no es que vigilara es que me lo encontraba en las narices por estar con mis cinco sentidos intactos.
Luego de adulta idem de idem, seguía yo con mi Coca-Cola.
Eso sí amigos, he salido siempre muy barata a mis acompañantes, no es lo mismo el precio de una Coca-Cola que el de un cubata.
Al final la fama de que los catalanes solo miramos la pela va a ser cierta, gracias a mis entradas. Y es broma, es un bulo urbano más, aquí la gente es espléndida como en todos sitios y agarrada como en todos los sitios.
Esta entrada va para Gustavo que tan delicadamente cuando se enteró que no había cogido una mona en mi vida y que me hubiera gustado hacerlo, me mandó esta canción y me invitó a que la pusiera de himno en mi blog.
Gracias Gus por estar.
Gracias a todos por vuestros comentarios.